Una historia triste

Hace como 16 años que vivo en mi casa actual, desde entonces he pasado a diario junto a unos árboles en una plazoleta cercana. Siempre me he fijado en una acacia llena de bultos y arrugas buscando alguna forma reconocible para dibujar o fotografiar, pero sin éxito hasta que, hace unos días, descubrí de repente, casi sin prestar atención, que entre sus formas se escondía claramente un rostro de perfil; un ojo, una nariz, unos lábios y una barba. Desde el descubrimiento empezé a ver con otros ojos al la vieja acacia, a detenerme ante ella para contemplarla, a imaginarme historias protagonizadas por su tronco que llevaba quién sabe cuantos años vigilando la plaza y a los viandantes, a encariñarme con su tronco y sus ramas.
Pero solo unos días después del descubrimiento, al pasar junto a la plaza, observé como los jardineros del ayuntamiento estaban talando TODOS los árboles de la plazoleta. Afortunadamente dejaron la acacia para el final y tuve tiempo de sacarle unas fotografías (bajo la mirada atónita y algo burlona de los jardineros) para despedirme de ella, para guardar para siempre un recuerdo de ese rostro oculto durante años y que se me desveló pocos días antes de su muerte, como si se despidiera.
Ahora han plantado dos tristes cipreses y un puñado de árboles jóvenes que caerán víctimas de los adolescentes que allí se reunen, y si no al tiempo.
Aquí muestro dos imágenes. La nº 1 muestra el árbol desde un punto de vista cualquiera y en la 2 se puede ver claramente el rostro.
Y esto es todo, la próxima vez hablaré de ilustración, lo prometo.